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Próxima parada: Jubileo de los Jóvenes Roma 2025 - ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Crónica de la JMJ (I)

     Tantas cosas que contar que el papel se nos queda pequeño. Experiencias, anécdotas, vivencias humanas y espirituales que han dejado una huella imborrable en nosotros. Ninguna de las prevenciones o miedos anunciados se han cumplido. No sólo ha salido bien, sino que la JMJ de Río ha sido un acontecimiento maravilloso y Brasil un anfitrión más que a la altura. 

     Nos ha acogido un país humilde, servicial, generoso, católico. Difícil entender, sin haberlo vivido, que los brasileños han puesto toda su energía en esta gran ‘fiesta de la fe' juvenil, que lo han dado todo a pesar de la pobreza que se palpa.

     Durante la Semana Misionera (del 15 al 21 de julio), el grupo de la Conferencia Episcopal Española -formado por 121 peregrinos- nos alojamos en Campo Limpo, una diócesis muy humilde de Sao Paulo. ¿Cómo explicar lo que es una ciudad de 18 millones de habitantes, donde pobreza y riqueza conviven? Rascacielos y favelas. Gente, mucha gente, niños, muchos niños. Pobreza, sí, pero mucha dignidad: alegría, acogida, servicio, gratuidad y fe, mucha fe.

     Dos parroquias: Nuestro Señor de los Pasos, en cuyas familias vivíamos, y San Pío X, donde se desarrollaban la mayor parte de las actividades. D. Rodolfo, el párroco de la segunda y Delegado de Juventud, auténtico hacedor de todo lo que supuso la Semana Misionera en aquella diócesis. 

     Por parejas o grupos de tres, nos alojamos en las casas de familias de acogida. Algunas eran señoras mayores, viudas, que dejaban la habitación que les sobraba, o incluso su dormitorio, para los peregrinos. Pero también había parejas jóvenes que decidieron dormir en el sofá para que sus huéspedes estuvieran cómodos en su cama de matrimonio. O parejas que dejaban las llaves de sus casas y se iban a vivir esa semana con sus cuñados o sus primos, dejando su casa y sus pertenencias a un grupo desconocido. Todos dormimos en colchones, bien cómodos, y nunca nos faltó un plato en la mesa ni un abrazo al empezar el día.

     No sólo convivimos con las familias de acogida, también con los voluntarios. Jóvenes, con un duro testimonio en sus espaldas muchos de ellos, que trabajaban día y noche, auténticos héroes. Su tarea fue impresionante: organizar las actividades de cada día, prepararlas, guiar a los peregrinos, protegernos, enseñarnos su estilo de vida, cantar y bailar en Misa… y todo ello con una sonrisa y una energía que nunca perdían. Y las mujeres de las parroquias, que cocinaban todo el día para nosotros… ¡Cuánto y qué bien comimos! Y los hombres atentos al tráfico y a cada paso por sus barrios y parroquias… ¡Cuántas atenciones, Dios mío!

     Catequesis, representaciones, misión por las calles, visitas a las casas… Y la celebración de la fe. ¡Qué ritmo! Lo que hemos bailado y cantado, eso sí, para el Señor. Lo tienen claro. Y pasan de la fiesta a la interioridad sin que nadie tenga que pedirlo. Todos cantan y dan palmas, todos se ponen de rodillas y comulgan con fervor. 

     ¡Qué cristianos! De calidad. Rodeados de locales de sectas protestantes, 30 sólo en el territorio de nuestra parroquia. Una comunidad cristiana de apenas 5 años de vida y con alrededor de 600 miembros. Cuántos ministerios: de la palabra, del canto, de la liturgia, de la catequesis, del diezmo… Bien formados. Sí, sí el diezmo, la convicción de que la iglesia es suya, de que para evangelizar hace falta dinero, de que nadie es tan pobre que no pueda colaborar y, sobre todo, de que la fe es importante en su vida, no un apéndice ocasional. 

     Os contaríamos tantas cosas… A nosotros nos habían dicho que íbamos a evangelizar. Era el deseo del Papa y así lo explicaba en su mensaje preparatorio. Todos bien dispuestos a dar testimonio de nuestra fe y evangelizar por las calles del lugar que nos tocase. Eran nuestros planes. La realidad es que nos hemos venido evangelizados nosotros. Con la alegría de lo experimentado y el desasosiego de descubrir lo pobres que somos nosotros. 

     Así nos despedimos de allí y así terminamos nuestra crónica: pidiendo a Dios que nos de una fe como la de los jóvenes y las familias de Campo Limpo. 

     Los peregrinos de la JMJ Rio 2013.