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Testimonio de los Ejercicios

     Fue el primer fin de semana de este mes de febrero, cuando una veintena de jóvenes nos reunimos para realizar una serie de “ejercicios espirituales” en Astorga. En un primer momento, contrastaban dos sensaciones: una, de inquietud y miedo a lo desconocido para quienes éramos noveles, y, la otra, de anhelo, deseo y alegría para los que eran repetidores.

     Al principio, te sientes descolocado, sientes que quizás no es el lugar en el que deberías estar porque te sientes un tanto aislado. Pero, poco a poco, empiezas a sentir una música que te llena el alma. Dicen que la música es el arte de organizar y combinar sonidos y silencios, y fueron éstos últimos los que marcaron la tónica de nuestros ejercicios. Conseguimos apreciar el silencio como un medio de conexión con Él, Ese que está siempre a nuestro lado y que pocas veces conseguimos oír.

     Sin ningún preámbulo, nos presentaron, en palabras de San Ignacio, qué son los “ejercicios espirituales”:

“todo modo de preparar y disponer el ánima, para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima”.

     Tuvimos charlas, tuvimos lecturas de la Biblia, tuvimos examen de conciencia, tuvimos Eucaristías, tuvimos canciones, pero sobre todo, tuvimos meditación. La meditación es eso que probablemente por miedo nunca nos detenemos a hacer. La meditación es un parón en tu rutina diaria para indagar y reflexionar sobre los aspectos más abandonados de tu vida. La meditación es el análisis y la revisión consciente de tus creencias y sentimientos del corazón. En la meditación está tu familia, están tus amigos, está la vocación de tu vida, están los aspectos éticos y morales con los que convives… pero sobre todo y gracias a la meditación consigues recordar cuál es el principio y fundamento de tu existencia: Dios. Y digo recordar, que no descubrir, porque Él siempre ha estado ahí. Entonces, sin percibir el momento, te das cuenta que las puertas de tu corazón están abiertas de par en par a Ese que dio su vida por ti.

     Al principio, el miedo y la vergüenza te acorralan, pero también sabes que te ama y que está dispuesto a abrazarte. Así es que, cuando al fin decides hablar con Él a solas y ves que realmente te escucha, consigues sentir el único sosiego, paz y armonía capaces de calmar por completo tu espíritu y tu alma.

     Gracias, a los Padres D. José Antonio y D. Enrique, por guiarnos, y, gracias, a todos los que compartisteis esta experiencia inolvidable.

Diego Domínguez